Un nuevo día había llegado y nuestro amigo el sol ya estaba listo para salir.
Desde bien temprano ya estaba preparándose para que el día fuera “un gran día”. Sin darse cuenta llegó su hora y el cielo se vistió de luz y color. El sol estaba muy contento, pues ninguna de esas nubes traviesas había venido a tapar su luz. Desde el cielo, veía a los niños jugar y reír en el parque y se sentía feliz porque sabía que, en parte, era gracias a él.
Observando a un grupo de niños, escuchó que conversaban sobre lo que iban a hacer esa noche, y prestó atención, sobre todo, a lo que decía uno de ellos:
- ¡Qué ganas tengo de que se haga de noche! Hoy son las fiestas de mi pueblo y vamos a celebrarlo llenando el cielo de brillantes cohetes, cohetes que son como estrellas”
Al escuchar estas palabras, el sol se puso muy triste. Él también tenía ganas de participar de la celebración y ver los cohetes, pero sabía que no era posible.
Llegó la noche y el sol se escondió. Casi no pudo dormir de tanta tristeza, pensando en lo que estarían haciendo todos y cómo se divertirían sin él.
Lo cierto es que la tristeza lo invadió y estuvo varios días sin salir. Los días se hicieron oscuros y fríos. Los niños ya no podías salir a jugar a las plazas, las familias no podían pasear por el parque, nadie entendía qué sucedía. Todos extrañaban al sol.
Cierto día, cansado de tanta soledad, decidió volver a salir y se dio cuenta de que todos, al verlo, sonreían. El sol se dio cuenta de cuánto lo habían extrañado y se sintió feliz de estar de vuelta.
De esta manera comprendió que aunque no siempre podemos hacer lo que nos gusta, debemos sentirnos felices de lo que somos.
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